Cuatro litros de leche

El día 11 llegué a Vancouver como debería llegar a norteamérica cualquier buen paleto de ciudad: con ganas de ver edificios altos, luces brillantes y abrir mucho la boca sorprendido por cómo es todo aquí. Durante el camino a casa buscaba por la ventanilla en todas esas zonas residenciales que he visto en miles de películas, algo que me dijera si estaba volviendo a un lugar conocido o descubriendo algo completamente nuevo. «Las calles, las casas, los coches, la ciudad en general… es como lo que recuerdo de Estados Unidos, pero hay un aire más europeo que tampoco soy capaz de describir», respondí a uno de lo primeros «¿qué te parece?» de Charlotte, consciente de estar sonando como alguien que cree haber pagado mucho por un vino bueno y no termina de encontrar la diferencia.

Las comparaciones entre Canadá y Estados Unidos son inevitables y a la vez delicadas. Canadá es un país prácticamente igual de grande que EE.UU. pero con menos del 10% de su población, que para más inri vive casi toda ella muy cerquita de la frontera por lo hostil del continente a la que conduces un par de horas más hacia el norte. No sorprende que haya una relación muy estrecha entre ambos pues seguramente muchas de estas provincias hayan estado cerca de formar parte del mismo pais a un lado o a otro de la frontera. Sin embargo, y como es normal, no quieren que les pongamos a todos en el mismo saco: «We are not America («America» en este caso es como se refieren a EE.UU.) but we are North America.»

Una botella de cuatro litros de leche, asomando desde un frigorífico más grande que el que tengo en casa tiene la culpa de que finalmente me siente a escribir este post, pues posiblemente resuma ese punto de encuentro que iba buscando entre el año que viví al sur de la frontera y este nuevo lugar que empiezo a descubrir. Traducir del galón, que tendría esta botella en Illinois, al Sistema Internacional no es suficiente para superar el extrañamiento que supone un formato que, como casi todo en este continente, termina teniendo una talla más de lo que imaginarías como el máximo razonable. Algo tan tonto como esta botella se volvió tan familiar durante aquel año como único desde que volví a Europa, convirtiendolo en un elemento memorable que, con la cabeza todavía zumbando por el jet lag, me trajo definitivamente de vuelta.

Parece como si lo expansivo de este continente acabe definiendo algo que va más allá de una identidad y termine por configurar una estética propia. Las botellas de leche son de cuatro, el café de más de medio, las pick ups llevan un motor de más de 5 litros, con el doble de cilindros y elevando el morro casi hasta la altura de mi cabeza, y si echan deporte por la tele las camisetas tienen más tela y más número que cualquiera de su equivalente europeo. Un SUV que en Londres llama la atención acaba pareciendo tan minimalista como un jugador de la selección inglesa de rugby recien salido al campo si lo comparamos con su colega de los New England Patriots.

Aquí es grande hasta la geografía que lo acompaña. Imagínate el centro de cualquier ciudad norteamericana que hayas visitado o visto en el cine y transplantalo a un valle Suizo. Vancouver es eso pero con el Pacífico a los pies para terminar de rematarlo todo. Llevo diez días intentando hacerle fotos como hago en cualquier lugar que visito y es la primera vez que echo en falta un poco más de zoom en el iPhone para que no se pierda lo impresionante de este paisaje. Por lo menos, si no consigo capturarlo todo en fotos, que sirvan estas líneas para que os hagáis mejor una idea.

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