Hablando esta mañana por Twitter con Jorge Fragua a raíz de su última publicación en Mucho Texto, una newsletter que no puedo recomendar lo suficiente, me ha acabado enviando un enlace a otro artículo titulado Just Playing (1) – La imposibilidad moral del diseño como agente social. Tras haberlo releído unas cuantas veces reconozco que me faltan lecturas para coger al vuelo muchas de sus referencias pero eso no me va a impedir sumarme a la conversación porque creo que está lleno de ideas que merecen ser abordadas una por una. Estoy aproximando algunos conceptos y soy consciente de que puedo estar pegando alguna patada. Precisamente lo dejo aquí escrito para que podamos comentar, revisar, corregir y ampliar, y que quede todo el proceso por escrito. Sé que hay matices entre moral y ética pero esa «moral del diseño» me ha llevado a pensar sobre la «ética del diseño» que por lo menos antes de la pandemia y en el ámbito de lo digital tuvo un momento de mucha fuerza (¿O sería más bien moda?).
Antes de tirarme con la idea de ética, necesito por lo menos encajar la de «diseño». Definir lo que entiendo al usar la palabra «diseño» es algo con lo que me quiero poner algún día, pero que daría para mucho más de lo que me podéis aguantar hoy. De momento lo voy a hacer limitándome al diseño entendido como la actividad de diseñar. Dejo para otro rato el diseño como el resultado de ese trabajo de diseñar y el diseño para referirnos a las características del objeto diseñado.
- Diseño es un concepto que aplicamos a muchas actividades. Se diseña un libro, un logo, un vestido, el interior de un edificio, el propio edificio y la estructura de un puente. Aunque el diseño gráfico ha sido mi auténtica pasión desde que empecé Publicidad, la primera clase universitaria de diseño a la que asistí fue de «Diseño de bases de datos» en Informática. Todos estos diseños requieren habilidades muy dispares pero de alguna forma puedo reconocer entre ellos algo en común.
- A su vez, creo que estamos aplicando el término «diseño» a actividades que no lo son. Hay determinados casos de éxito que hace diez años se encontraban en libros de marketing o de escuela de negocios, que de repente empiezan a presentarse con un «Diseño de» como si de un título nobiliario se tratara. Por más que me esfuerce no consigo reconocer muchos de éstos como una actividad que se corresponda con ese diseño amplio y diverso del que hablaba en el punto anterior.
- Con esto en cuenta, y de forma muy general, lo que entiendo es que el diseño se está produciendo como un paso intermedio entre la intención de hacer algo y la ejecución práctica de ese algo en el que se decide, por lo menos, la forma (en un sentido amplio) que ese algo va a tener. Es decir, entre la intención de construir el puente y la primera piedra de dicho puente hace falta un proceso de diseño. Entre la intención de publicar un libro (vamos a suponer que ya está escrito para simplificar) y la tirada de los miles de ejemplares que corresponda, hace falta un proceso de diseño.
En este contexto, y aquí es donde entra la ética me surge la pregunta de si tiene algún sentido hablar de una «ética del diseño». Es decir, al diseño le llega un encargo que refleja una serie de intenciones que quien sea que pague el diseño tenga, y su trabajo es uno de los pasos necesarios para que esas intenciones se lleven a la práctica. Aquí me pregunto si, como se argumenta con frecuencia, le corresponde al diseño un puesto privilegiado a la hora de establecer un juicio moral sobre dicha intención. Mi respuesta hoy sería que no.
Con esto no quiero decir que los diseñadores debamos operar al margen de cualquier juicio ético que hagamos sobre nuestro propio trabajo. Estas intenciones, o planes, o proyectos para los que diseñamos van a estar inevitablemente sometidas a dicho juicio. Como individuos no podemos no reflexionar sobre las consecuencias de nuestros propios actos. Es más, si tuviésemos dudas de carácter ético sobre nuestro propio trabajo, sería más que legítimo actuar sobre ellas, desde renunciar al proyecto hasta tratar de influir y llevarlo en otra dirección. Pero creo que en dicho caso estaríamos operando en el terreno de la ética, no del diseño, ni mucho menos de la ética del diseño.
Mi principal problema con una supuesta ética del diseño es que o bien se trata de ética «a secas» o adolece de un diseñocentrismo que no creo que esté justificado. Es decir, por un lado no creo que el rol del diseño deba añadir el juicio moral del propio proyecto a sus atribuciones como especialidad; por otro, si el diseñador quiere participar de este juicio desde dentro del proyecto no veo en su condición de diseñador nada que implique darle una voz más autorizada que la de otros miembros del proyecto. Según el ejemplo que escojamos, la cuestión de una ética del diseño puede convertirse en un sinsentido absoluto. ¿Qué pasaría si el diseñador de un libro le enviara objeciones éticas sobre el texto a su autor como parte de su trabajo de diseño? Sin embargo hay otros diseños como el industrial, la arquitectura y desde luego en el producto digital, donde esa idea nos parece no solo sugerente sino necesaria.