La baja zen

Los dos meses que quedan hasta que Isabel cumpla su primer año, me los voy a pasar de baja de paternidad para que la canadiense pueda volver un poco antes al trabajo. Desde el martes, somos la casa, Isabel y yo. Cada día Charlotte, que lleva diez meses haciendo esto mismo, me pregunta ¿qué tal todo? Y cada día la sorprendo y me sorprendo diciendo que muy bien. Con la boca pequeña, pero muy bien a fin de cuentas.

Del pañal al desayuno. De los juguetes por el salón a la siesta. De recoger una comida a casi tener que ponerte a preparar la siguiente. De no encontrar ni el tiempo ni las ganas para hacerte luego algo para ti. Pensar que soy yo el que tiene el control de esta casa es una mala resaca. Media hora le basta a la niña para encontrar no menos de una docena de lesiones de gravedad en potencia. Hay que vestirse para bajar al parque que si no se nos hace de noche ya. Es lo que es. Ni un descubrimiento, ni una heroicidad. Si caigo en la tentación de ponerme un pin por cambiar pañales a lo Pablo Iglesias, venid y abofeteadme, por favor.

Cansado e inacabable, sí, y por momentos placentero también. Un placer casi zen. Termino una tarea para ponerme con la siguiente. Irrelevantes, indiferentes, insignificantes. Nadie escribirá sobre mí por haber etiquetado todos los tuppers con lo que hay dentro y el día que lo cocinamos. Terminar el día para poder empezar el siguiente. Criar a una hija no era más que tener la casa ordenada para que ella vaya haciéndose cargo de todo lo demás.

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